lunes, 13 de junio de 2016

La Palabra- Adrián Escobedo

Hoy les contaré una anécdota. En estos días he ido a la escuela para realizar mi servicio social. Yo estudio sociología en el Instituto de Ciencias Sociales y Administración (ICSA) de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

El recorrido es muy largo. Vivo en Zaragoza D.B. Desplazarme de la casa a la escuela y de la escuela a mi casa es complicado. En veces es aburrido, tedioso y abrumador, ir encerrado en la ruta (como se le conoce al transporte público en nuestra ciudad).

Espero la ruta aproximadamente a las 8 a.m de lunes a sábado en donde por lo regular convergen los mismos individuos. Todos socializan. Se saludan, platican como les va en su trabajo, sus vidas cotidianas pues, hasta con que mujer estuvieron en la cama la noche anterior. Se van tomando una tecate roja, ellos van a sus trabajos, escuela, al Seguro. Bueno en realidad no se a ciencia cierta a donde se dirigen.

Se sube el vendedor, aquel que convence con palabras para que le compren un chocolate de a dos por diez nugs o unos cacahuates de a dos por cinco pesos. La cotidianidad de la ruta es predecible pero ahora me pareció algo muy estremecedor, tenia un choque de emociones interno, todo parecía un sueño, observaba las mismas caras de las mismas personas que veo con frecuencia, pero algo cambió.

Por lo regular, siempre traigo de dos a tres libros en la mochila aunque no los lea todos al mismo tiempo pero ahí voy al pasito leyéndolos. No sé, me pareció interesante sacar un poemario que traía en la mochila, lo extraigo con delicadeza, me paro con con precaución y empiezo a leer unos poemas de Leticia Ruiz. La gente me mira con asombro ¿será por el coraje de leer el poema? Muchas personas me ofrecen dinero, yo no lo acepto, solo quiero romper con mi cotidianidad de ir en la ruta observando.

Una señora con mucha amabilidad me preguntó donde puede conseguir el libro, escribí el correo de la autora en un papel, agradecí y me baje de la ruta en San Lorenzo, enfrente de esa maquila enorme, donde espero al próximo camión.

Lo que me sorprendió es que por toda esas calles hay maquiladoras y en todas estaban contratando. Música, globos y bonos de contratación. Días antes leí una nota que hablaba sobre como transportaban personas de Janos a Juaritos a trabajar ¿Qué esta pasando en la ciudad de los muros de la vergüenza?.

La ruta oriente-poniente demoró demasiado, yo tenia prisa ya que no me gusta llegar tarde a ningún lugar. A lo lejos veo que ya viene el próximo camión. Soy el primer pasajero que sube y no lo dude, quise seguir leyendo poemas. La gente me seguía  observando ausente, asustada, desesperada, abrumada. En fin llegué al servicio social, cumplí con mis horas y pues como de costumbre me fui a chambear al Instituto de Ciencias Biomedicas (ICB).

Después de trabajar me fui a un lugar al cual yo nunca había ido. Había un lago, era todo verde. No lo dudé y me lancé un clavado. El agua era diáfana, como los ojos de aquella chica, con sus chinos como si fuese una selva, un laberinto sin salida. Me veía como un loco, yo disfrutaba del agua a pesar de estar tan fría.

Se llegó el momento de irnos. Ella me preguntó que si sabía manejar estándar, yo conteste que no. Ella me ayudó y me explicó cómo esta esa onda de los cambios. En realidad me puse más nervioso de lo normal. Quizá porque ella me observaba.

—Llévatelo hasta tu casa —me dijo.

Acepté. En un arranque de locura, aceleré. Estábamos cerca de la carretera. Ella se asusto. Entristecido le pedí una disculpa. Sin embargo, ella no acepta esa palabra en su vocabulario.

Me dejó lejos de mi casa, allá por el Municipio Libre y  Avenida Lopez Mateos. Sin tener que preguntarme donde me podría dejar, yo le contesté que no tenia problema alguno que me bajara ahí mismo, a pesar de ver las calles desoladas.

Cuando bajo lo primero que veo es un policía. Yo estaba orinando. Corro a un Soriana cercano. Entro desesperadamente y hago lo debido: orinar. Salgo de nuevo a la calle,  camino, pienso las cosas, veo los semáforos, las estrellas, su sonrisa alejada, el McDonalds, el cerro y las maquilas.

En realidad no sabia que hacer. Caminé una cuadra, miré a una mujer en una camioneta lujosa y le pedí de favor un aventón. Ella se resistió al principio, pienso que debido a la inseguridad. Al último aceptó. Me bajo en la avenida Franciso Villarreal Torres, yo ya me sentía más seguro. Ahora si estaba ya más cerca de mi casa.

Continuaba en un viajesote como si estuviera fuera de juaritos, me acerqué a un carro. Le dije mi situación. Le pedí de favor que me llevará. Le dije que a Plaza Benza. El hombre  me dijo que iba hasta Zaragoza. Sí allá donde dice Bienvenidos Heróica Ciudad Juárez. Le respondí que justamente por ahí vivía yo.

Para mi la palabra es algo magnifico con la que puedes decir todo y a la vez nada. Después de esta travesía, me acordé de ese gran poema de Benedetti:

LA PALABRA

La palabra pregunta y se contesta

tiene alas o se mete en los túneles

se desprende de la boca que habla

y se desliza en la oreja hasta el tímpano

la palabra es tan libre que da pánico

divulga los secretos sin aviso

e inventa la oración de los ateos

es el poder y no es el poder del alma

y el hueso de los himnos que hacen patria

la palabra es un callejón de suertes

y el registro de ausencias no queridas

puede sobrevivir al horizonte

y al que la armó cuando era pensamiento

puede ser como un perro o como un niño

y embadurnar de rojo la memoria

puede salir de caza en silencio

y regresar con el moral vacío

la palabra es correo del amor

pero también es arrabal del odio

golpea en las ventanas si diluvia

y el corazón le abre los postigos

y ya que la palabra besa y muerde

mejor la devolvemos al futuro.

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